jueves, 25 de junio de 2015

Transitar la tristeza

En algunas ocasiones y por diversos motivos nos sentimos tristes. Un desengaño, un enfado, una ruptura, una pérdida, un desamor, un golpe, una herida... tantas situaciones pueden atraer a la tristeza y a la melancolía a nuestra vida que no es de extrañar que algún día simplemente las notemos de manera particularmente intensas.

Es fácil dejarse llevar por la tristeza, parece que tiene como una cadencia que atrapa y nos envuelve recreando una y otra vez el motivo de su presencia. Pero dejarse atrapar es correr el riesgo de perder la alegría por mucho tiempo (y cuando se pierde la alegría siempre se pierde por demasiado tiempo), con lo cual merece la pena hacer algo al respecto.

A la tristeza no hay que ignorarla. Es un error hacerle eso a una emoción a la que le gusta ser protagonista. A la tristeza hay que darle un lugar, un lugar importante, un lugar que podamos observar, un lugar que podamos consultar, un lugar seguro donde no haya peligro de fugas ni desbordamientos.
Un lugar donde la tristeza pueda reposar y encontrar serenidad.

Cuando hablamos de transitar la tristeza, de no olvidar lo que sentimos justamente decimos esto, buscar la ubicación mas ajustada para las emociones que sentimos, y así prestarle la atención que necesita.

El que sigue es un precioso cuento de la escritora mexicana Paola Klung que justo habla de como atender y ubicar a la tristeza.
"Decía mi abuela que cuando una mujer se sintiera triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello; de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta el resto del cuerpo; había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera en los ojos pues los harìa llover, tampoco era bueno dejarla entrar en nuestros labios pues los obligaría a decir cosas que no eran ciertas, que no se meta entre tus manos- me decía- porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la masa; y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo.

Cuando te sientas triste niña, trénzate el cabello; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza.
Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete y suave como la espuma del atole.
Que no te agarre desprevenida la melancolía mi niña, aun si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna ausencia. No la dejes meterse en ti con tu cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trazado entre tu cuerpo. Trenza tu tristeza, decía, siempre trenza tu tristeza…
Y mañana que despiertes con el canto del gorrión la encontrarás pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello."
Amparo Navarro Salvador 


miércoles, 10 de junio de 2015

El placer de respirar

Respira dos o tres veces antes de seguir leyendo.
Respira profunda y lentamente tratando de observar los detalles de esta acción tan cotidiana. Inspira y nota el aire en tu nariz, su temperatura, su calidez, su contacto, su camino hasta los pulmones. Observa esto por un momento.

Respirar no es en principio complicado, pero muchas veces parece que hemos perdido esa habilidad natural de tomar aire y expulsarlo de un modo en que nutramos nuestro cuerpo. Cada vez lo hacemos de forma más incompleta y acelerada, más inconsciente y sin darnos cuenta de este movimiento vital.

Cuando inspiramos lo hacemos en dos fases. En primer lugar hinchamos la parte baja del abdomen, llenando el vientre. Es lo que denominamos "respiración diafragmática o abdominal". En segundo lugar, y en el mismo movimiento de inspirar, llenamos la parte alta del pecho. Se trata de la "respiración torácica".
Cuando espiramos, expulsamos el aire de los pulmones justo al revés. Primero vaciamos de aire el tórax y después el del abdomen relajando la musculatura y haciendo descender el diafragma.

Esta alternancia perfecta de inspirar y espirar en realidad es sólo un orden ideal, ya que este proceso está tan íntimamente unido a nuestro estado de ánimo que es alterado dependiendo de la situación en la que nos encontremos. Cuando estamos estresados o angustiados, o tememos alguna cosa tendemos a contener la inspiración, acortarla y hacerla más rígida. Lo que hacemos con la espiración es retrasarla y soltar menor cantidad de aire del que tomamos al principio.
De esta manera la respiración diafragmática se reduce o desaparece y queda sólo la respiración torácica, que nos lleva a tener una sensación de presión física o incluso de dolor torácico.
Evidentemente esto empeora la situación de estrés, de ansiedad o de angustia y se genera un círculo vicioso que nos provoca un malestar generalizado con el que es muy incómodo funcionar en el día a día.

Desaprender un modo de respirar torácico y entrecortado que nos daña requiere de tiempo, dedicación y decisión. Respirar es fundamental para vivir, de manera que cualquier esfuerzo que realicemos para mejorar nuestra forma de hacerlo nos trae unas ventajas absolutamente indispensables.

Toma el tiempo que necesites, pero tómalo. Busca el lugar adecuado para recuperar este valioso aprendizaje y ten paciencia y constancia.
Túmbate boca arriba, estirando las piernas y dejándote sostener por el suelo. Estira los brazos y pon hacia arriba las palmas de las manos. Nota el peso de tu cuerpo que descansa, cierra los ojos y pon atención a tu respiración. Observa cómo inspiras y espiras sin juzgarte negativamente y sin querer cambiar este movimiento bruscamente. Pon una mano sobre tu abdomen y muy poco a poco trata de llenar de aire en primer lugar la parte más baja del vientre en la inspiración. No fuerces este ejercicio (esto es muy importante). Cuanto más relajado estés más facilidad tendrás para realizar este entrenamiento.

Cuando te notes relajado empieza a contar cada inspiración-espiración hasta llegar a veinte. No importa si te pierdes, si te distraes empieza de nuevo a contar; esto te ayudará a poner la atención más plenamente en este ejercicio.

Practicar cada día cinco o seis minutos nos hará más hábiles en los momentos de estrés y nos capacitará para relajarnos y sosegarnos.

Respirar es vivir. Recuperemos el placer de respirar para tomar consciencia del placer de vivir.

Amparo Navarro Salvador